
Segundo va a verla y llora frente a ella. Sosteniéndole la mano, le ruega que no lo abandone. Isabel -prácticamente entre la vida y la muerte- murmura su nombre, ante la mirada entre conmovida y asombrada de su eterno enamorado.
En ese preciso momento Enzo entra a la habitación y se convierte en testigo de una escena inesperada. Ante la evidencia, no puede manejar sus sentimientos encontrados: por un lado, alegría por esa leve mejoría de Isabel; por el otro, un dejo de tristeza al sentirse desplazado de su vida.
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